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El sufrimiento que no se ve

Sílvia F. Ibars recurrirá a los tribunales porque ya no se siente capaz de seguir trabajando tras años de resistir

Sílvia F. Ibars, en Sant Boi.

EROS LÓPEZ MONTURIOL / BARCELONA

SÁBADO, 31 DE ENERO DEL 2015

Sílvia F. Ibars (40 años), de Sant Boi de Llobregat, padece fibromialgia desde hace ocho o diez años, no lo recuerda con claridad, pues se expuso a un periplo de pruebas que derivaron finalmente, y por descarte, a la unidad de reumatología, donde le diagnosticaron la enfermedad a raíz de unos dolores en la espalda. Por aquel entonces trabajaba en una empresa de automoción 14 horas al día, pero decidió cambiar de empleo en pro de su salud. El Grupo Sifu, cuya plantilla está formada en su mayor parte por empleados discapacitados, le dio la oportunidad de trabajar como administrativa de ventas, técnica de pedidos y, desde el año pasado, en atención al cliente. «Me han cambiado la profesión y, con ello, la vida. Lo único que sabía hacer era construir coches con mis manos, y ya no podía hacerlo», se sincera.

Pero ha llegado a un punto en que no puede con su alma: el dolor se le hace insoportable incluso cuando está sentada. Por eso, tras haber pedido la baja laboral en multitud de ocasiones, acudirá a juicio para conseguir 300 días de incapacidad cuando haya reunido todos los informes médicos que pueda. «Mi médico de cabecera me dijo que no me daba la baja más de un mes porque no iba a mejorarEl ICAM dice que estoy bien. ¡Incluso una doctora me llegó a preguntar para qué quería yo la incapacidad!», lamenta Sílvia, que asegura por su experiencia que existe una predisposición a evaluar los casos teniendo en cuenta las consecuencias de la enfermedad, pero no esta en sí misma. «Si la fibromialgia te provoca depresión, te dan la baja por depresión. Solo tengo una baja en mi historial por fibromialgia», cuenta con estupefacción, y concluye: «No reconocen nuestra incapacidad porque deberían concederla a mucha gente».

La situación ha afectado también a su familia. Su marido perdió el trabajo porque tenía que ocuparse constantemente de Sílvia y sus dos hijos, que han crecido conviviendo con la enfermedad de la madre. «Ellos no se merecen esta carga sin que nadie nos ayude. Para el sistema somos invisibles, o cuentistas», dice Silvia, que siente dolores extraños, inexplicables, «en las cuencas de los ojos, por dentro del pelo…». Además, le cuesta horrores conciliar el sueño y, cuando lo logra por unas horas -cada noche se despierta cuatro o cinco veces-, este no es reparador. «No hay día que me vaya a dormir sin pensar que no quiero despertarme», afirma, y se le humedecen los ojos.

Fue en uno de los episodios de insomnio, tres años atrás, cuando empezó a escribir, y ahora ha acabado un libro que recoge las experiencias de entre 30 y 35 enfermos de fibromialgia de todo el mundo, incluida la suya, y del que se siente muy orgullosa. Ríe. «Aunque esté rabiando de dolor, lo haré. Llorar duele más que reír».

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