64 años. Nací en Nueva York y vivo en Irlanda. Mi marido murió en la silla eléctrica. Tuvimos 2 hijos y 3 nietos. Me he vuelto a casar con Peter, último condenado a muerte en Irlanda. Lucho contra la pena de muerte. La paz es el camino y el amor la respuesta. Creo en Dios.
Conocí a Jesse con 24 años y un hijo de seis años.
¿Eran felices?
Sí, estábamos enamorados. Pero el pasado de Jesse empezó a ser un problema, había estado siete años en la cárcel acusado de robo y tenía la condicional.
Las cosas se complicaron.
Un amigo de Jesee, también con la condicional, nos llevaba en coche a un pueblo a las afueras de Florida. Paramos en un área de descanso de la autopista, yo iba detrás con los niños durmiendo. Apareció la policía, vieron una pistola a los pies del conductor.
Con la condicional eso está penado.
Empezó un tiroteo, yo cubrí a los niños con mi cuerpo (mi hijo tenía 9 años y mi hija 10 meses); cuando me incorporé había un policía muerto. El amigo de Jesse nos obligó a ir con él, nos persiguió la policía, chocamos.
…
Nos hicieron el test de la pólvora y vieron que sólo el amigo de Jesse había disparado, pero pidió pactar, sabía que matar a un policía era pena de muerte. Su pacto con el fiscal fue declararnos a nosotros culpables a cambio de tres cadenas perpetuas.
¿Por qué aceptó el fiscal?
Quería llegar a fiscal general del Estado y con tres ejecuciones tenía más posibilidades. Utilizaron información falsa, falsos testigos y ocultaron las pruebas que demostraban nuestra inocencia. Es algo habitual.
Los ciudadanos no sabemos esas cosas.
Yo tampoco lo sabía. Hicieron un falso informe diciendo que el culpable había pasado por el detector de mentiras. Jesse fue condenado a muerte, en mi caso la decisión del jurado no fue unánime y me condenaron a cadena perpetua, pero el juez anuló la sentencia y me condenó a muerte.
Es todo muy injusto.
Tras cinco años en el corredor de la muerte, mi ejecución fue anulada porque el juez no había dado razones para cambiar la sentencia. Entré con 28 años y salí con 45: mi hija tenía 18 años y mi hijo, una niña de tres.
¿No se volvió loca?
Al principio sí. Me robaron la vida. Me tuvieron cinco años en una celda de aislamiento: si extendía los brazos tocaba ambas paredes. Tardé un año en ver a mis hijos, fue muy triste, el niño no quería abandonar la celda, él era testigo de mi inocencia.
¿Y no declaró?
Estuvo en un centro de menores. Lo esposaron e interrogaron por las noches durante dos meses. Fue tan duro, que hasta perdió el habla, y me negué a que testificara. Por suerte, mis padres lograron sacarlo de allí.
¿Por qué tanta crueldad?
No entendía nada, tenía miedo, aquello era una locura, pero con el tiempo convertí mi celda en un santuario, meditaba, hacía yoga, y le di la vuelta: tenía sirvientes que me preparaban la comida (ríe); todo depende de cómo quieras mirarlo.
Envidio su sentido del humor.
Cuando cambiaron la sentencia, mis padres se fueron de vacaciones por primera vez. Su avión se estrelló. Mis hijos pasaron a un centro de menores. Mientras tanto, el asesino alardeaba en la cárcel de que dos personas iban a morir por algo que había hecho él.
Uf…
Los que lo oyeron lo denunciaron y hubo una audiencia en el tribunal, pero la palabra de los presos no era creíble. Lo que no sabíamos es que también declaró un guardia de la cárcel, pero se ocultó.
Qué horribles personas.
Ejecutaron a Jesse, su caso fue famoso: como creían que había matado a un policía cambiaron la esponja natural que conduce la electricidad por otra sintética, lo quemaron vivo, tardó 13 minutos en morir. Cuando mi hija lo supo intentó suicidarse.
¿Qué fue de ella?
La internaron en un centro psiquiátrico hasta los 18 años. Gracias a abogados y personas que trabajan gratis aparecieron las pruebas que demostraban nuestra inocencia, pero nadie fue castigado.
Increíble.
Una amiga de la infancia dejó su trabajo para ayudarme y encontró el documento de la declaración del guardia, el del detector de mentiras que demostraba que el asesino mentía… Su amor me dio la libertad, y el único miembro del jurado que se negó a aceptar la pena de muerte salvó mi vida. Todos somos poderosos.
¿Y sus hijos?
El tiempo es irrecuperable, pero podía enseñarles que cuando la vida te plantea dificultades puedes elegir entre sentir lástima por ti mismo o superarte. Ahora puedo hacer con mis nietos lo que no pude hacer con mis hijos, aceptar lo que Dios me ha dado y concentrarme en el presente.
¿Por qué está en una silla de ruedas?
Cuando salí tuve un accidente de coche. Igual no fui buena en otra vida (ríe). Pero hoy tengo la vida más bonita que pueda imaginar: a mis nietos, buena relación con mis hijos, trabajo con Amnistía Internacional, con la Comunidad de San Egidio… Y espero poder mostrar lo importante que es luchar contra la injusticia. Y tuve un gran regalo.
El irlandés.
Sí, Peter Pringle, que pasó 15 años en el corredor de la muerte. Cuando se demostró su inocencia, la eliminaron de la Constitución. Ya ve, no es tan grave que no pueda caminar, porque tengo a alguien que me ayuda, al final resultará que hay un equilibrio. Doy gracias por lo que tengo.