Antònia Domènech: “Nadie vio que tenía parálisis hasta que me puse a andar”Mujer sin miedo. Convirtió su debilidad en fuerza y logró rehabilitación para la gente trabajadora de Terrassa.

-Cuando mi madre estaba embarazada de mí, el tercero de sus hijos, de 9 años, fue a una excursión y cogió una infección. Vivíamos en Eivissa, no hubo cura y se murió. Mi madre se trastornó y fue internada en un psiquiátrico de Mallorca. Mi padre se quedó en Eivissa a cargo de mis otros tres hermanos y de tres abuelos. Así que nací allí, sola.

-En el sanatorio.

-Sí. No sé cómo, pero mi madre se escapó del centro conmigo en brazos y se fue corriendo al muelle. Un barco nos llevó a Eivissa.

-¿Sabía que estaba usted enferma?

-Nadie supo que tenía una parálisis hasta que empecé a andar y las piernas no me sostenían. Tenía espástica -rigidez y debilidad de los músculos- de ingles hacia abajo. Mucho después los médicos dijeron que pude haber nacido con asfixia o con el cordón enrollado al cuello.

-¿Qué pasó con su madre?

-Al principio se quedó en casa, pero no estaba bien. Cuando se perdía, sabíamos que la encontraríamos en el cementerio, sentada al lado de la tumba de su hijo. Volvieron a recluirla en Mallorca, donde murió a los 100 años. Mi hermana Carmen fue la que me cuidó. La llamaba «mare».

-¿Cómo evolucionó su parálisis?

-Vivíamos cerca de Ses Figueretes, casi en el campo, y eso me salvó. Yo corría detrás de los demás, aunque no me quisieran. Cuando la pandilla iba a robar higos, decían que yo no fuera, y al saltar a la cuerda siempre me ponían a rodar. Pero no me sentía incapacitada. Siempre quise tirar adelante. Y no es fácil, porque siempre me anteponían el «no».

-¿En qué sí notaba dificultad?

-En que no llegaba adonde quería en los estudios. Siempre he necesitado más tiempo para aprender las cosas. De pequeña tenía tanto miedo a los golpes de regla de la profesora… Pero nunca lo he querido demostrar. A los 7 años empecé a entrenar en bicicleta y luego le pedí a la profesora de gimnasia que me diera clases particulares.

-Y llegó la etapa de la adolescencia.

-Yo era bastante guapa. Cuando caminaba, se notaba el defecto al doblar las rodillas. Pero si iba muy tiesa y movía las caderas, lo disimulaba. Sin embargo, cuando tenía unos 16 años recuerdo que, al pasar al lado de un cuartel, oí a los soldados decir: «¡Qué pena, con esa cara de virgen y que ande coja!» Desde ese día, salía de casa en bici para no pasar andando.

-Pues a los 20 años se casó.

-Conocí a mi marido en Barcelona, en la Aliança, donde me operaron de los tendones de la zona de la ingle para que las rodillas no se giraran hacia dentro. Me pasé tres meses enyesada de arriba abajo.

-¿Mejoró su caminar?

-Todo fue más o menos bien hasta que llegué a los 50. Entonces noté que las piernas volvían a aflojarse, los dolores eran más grandes, la espasticidad se disparaba. Fui al médico y le pedí que no me diera medicamentos, que quería rehabilitación. Pero llegó un momento en que ya no me la podían financiar más.

-Y la necesita de por vida…

-Sí. Entonces pensé que luchando por mí, podría ayudar a otros. Decidí hacer una asociación. Caixa de Catalunya tenía un local en venta en Ca N’ Anglada. Fui a ver a esos señores, les expuse la necesidad y me mandaron a hablar con el alcalde Manuel Royes. A la semana, el alcalde me dijo que el centro era nuestro. Así nació la Associació de Malalts Necessitats de Fisioterapia i Rehabilitació (Adfir).

-No se arruga ante el poder, ¿eh?

-No. Luego no sabía cómo equipar el centro. No había dinero. Fui al conseller Antoni Comas, pero creyó que por tener un problema en las piernas también lo tenía en la cabeza. Así que un día entré en una rueda de prensa, me levanté y le dije al conseller: «Usted puede tener mucho dinero y ser muy inteligente, pero no tiene una cosa que yo sí tengo: la incapacidad». Cuando me iba, Xavier Trias me salió al paso y me dijo que una fundación me proporcionaría el material. Camillas, aparatos…

-De eso hace 25 años.

-Hoy atendemos a un centenar de personas con fibromialgia, esclerosis múltiple, párkinson, cáncer, ancianos con dificultades de movilidad… Gente trabajadora. Por 45 euros tienen ocho sesiones al mes. No hay otro sitio en Terrassa para los que necesitan rehabilitación toda la vida.

-¿Usted qué tal se encuentra?

-Mal. Se me han hinchado las piernas de no caminar. Se me caen las cosas y no las puedo coger. Pero no puedo disponer de más sesiones de rehabilitación, porque este centro debe atender a todo el mundo. Sin embargo, ¿sabe lo que más me sigue faltando en el mundo? Mi madre.

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