Estoy ante un grupo de 30 mujeres afganas, víctimas de guerra, de cualquiera de las que han asolado (y asolan) el país durante 30 años. Cuentan historias de crímenes vividos en sus propias carnes, ante sus propios ojos. Todas ellas escalofriantes, y quizás las más cruentas son las del periodo anterior a los talibanes y posterior a la invasión soviética, cuando las guerrillas de muyaidines que habían luchado contra los rusos se lanzaron a luchar entre ellas cometiendo las barbaridades contra la población civil como arma de guerra. Señores de la Guerra apoyados internacionalmente en los 80’s en un país que se convirtió en un laboratorio más de la guerra fría. Estas mujeres recuerdan perfectamente sus asesinos, o las miradas de sus violadores, o los nombres de los responsables que ordenaron esos castigos: Sayaf, Dostum, Rabbani, Ismail Khan…
Nombres y apellidos escritos en los informes de la ONG de derechos humanos Human Rights Watch. Nombres y apellidos de asesinos que actualmente forman parte del gobierno o del parlamento afgano, que dirigen el país y gestionan los fondos de “reconstrucción” del país sin que la comunidad internacional intervenga especialmente legitimando a unos criminales bajo el “no intervencionismo en asuntos internos”. Se legitima la “intervención” militar, esa sí, pero no la “intervención” política como si esa panda de criminales fueran unos santos. Unos criminales que esas mujeres víctimas que tengo delante recuerdan sus actos detalle a detalle, criminales que esas mujeres quieren expulsar, mucho antes que a las tropas internacionales (que al menos su presencia da cierto grado de seguridad). Su prioridad numero uno es sacarse de encima esa pesadilla de su historia que ahora está en el poder, que se reparte el país, y que quién sabe hacia donde puede dirigirse.
Las víctimas se pudren en sus lágrimas y sus recuerdos siniestros. Pero en los movimientos sociales de nuestro país parece que se ha extendido una crítica casi unidireccional hacia la retirada de las tropas internacionales, y casi no se debate nuestra irresponsabilidad política por la falta de una presión para dejar fuera de juego a los criminales. Cuestionar las tropas internacionales es un debate legítimo (y más con la cantidad de “daños colaterales” que provocan, especialmente las norteamericanas), pero monopolizar el debate en este tema, colocar por delante el dolor y la mala consciencia moral occidental, al miedo y la voz de las víctimas. Las 30 mujeres pertenecen a una shura (asamblea) de víctimas que organiza la ONG “Fundation for Solidarity and Justice” dirigida por Horia Mosadiq. Esos ministros, esos parlamentarios que se reparten el botín de la ayuda internacional y el propio país, fueron los responsables de violar hasta la muerte, matar a los hijos a clavos en la cabeza, arrancar la piel de los maridos hasta la muerte… Ellas sólo quieren que esos carniceros desaparezcan del país.
Después de visitar un grupo de mujeres de una zona absolutamente mísera que fue devastada por Masud (hoy “héroe nacional” al ser asesinado justo antes del 11 de setiembre, y recibido hace años oficialmente por la Unión Europea), se acerca un hombre y una mujer y me dicen: “Gracias por registras nuestras desgracias, y por difundirlas, y por hacer algo para que esto se conozca. Esto puede cambiar más nuestras vidas que cuándo vienen a traernos harina o leche”