SERIA INTERESANTE ESCRIBIR UNA HISTORIA DE LA RISA (poemari)

Booktrailer

 

SÍNTESIS

Este es un libro de deshechos literarios que nunca fueron concebidos como un todo. Anotaciones pasajeras, brevísimas frases sin estructura dejadas tal cual. Largos textos, larguísimos, de escritura automática, terapéutica. Estructuras profundas de cambio personal escritas en papeles reciclados de listados de la compra. Bajo el miedo. La ansiedad. El tedio. Sintiendo que no se abarca la grandeza de la vida. Fragmentos reordenados en una maquinaria que funciona como un todo.

Trozos de textos entre 1985 y 1995, rescatados en un trabajo de arqueología biográfica para recoger la historia de una epifanía: un cambio vital repentino de paradigmas vitales, después de un largo proceso de fermentación. El tránsito del dolor a la risa.

Cubiertas del libro “-Sería interesante escribir una historia de la risa”

 

SELECCIÓN DE POEMAS

 

Rincón oscuro en el que nada se ha dicho nada se dice nada se dirá

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Se están cumpliendo los últimos 365 días de existencia los últimos 730 días los 1095 días los últimos 1460 días

Se están cumpliendo los últimos 10, 40, 80 años de existencia

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El miedo

Catástrofe

Definitiva

 

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Cada nuevo grito

El último grito

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La noche de ayer

Es la de hoy

Todo inmóvil

La noche unida a la noche

El sueño unido al sueño

Un continuum que se repite

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Mejor

Dejarlo todo destruido

Todo en ruinas

Que el viento

Se lleve poco a poco

El polvo de tus podridas ruinas

No tocar nada

No restaurar nada

No restaurarlo

Que todo siga el ritmo de su putrefacción

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…perder

(¡de una puta vez!)

El magnetismo

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cuando llega la gran tempestad al día siguiente con los intestinos aún arrugados y removiéndose todo resulta una marea incontrolable una implosión de ti mismo hacia dentro te das cuenta que NO HAS APRENDIDO NADA justo cuando te creías al límite de las experiencias  te das cuenta que TIENES QUE APRENDER DE 0 dándote golpes a ti mismo desconfiando de tus voluntades de tus ideas de tus gustos de tu manera de llevar las cosas la más ínfima parte del mundo te revela que NO HAS APRENDIDO NADA que aún DEBES APRENDERLO TODO la más ínfima parte del mundo que te rodea la más ínfima parte del mundo que te rodea la más ínfima parte del mundo que te rodea

sin haber aprendido nada

todo lo hecho no ha servido para nada

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No existen causas últimas en el mundo

El mundo está sin móviles

Todo sin raíces

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Antes

Sabía hablar las lenguas más diversas del mundo

Wolof

Maya

Pastún

Aranés

Arameo

Dominaba las mil variantes del mandarín

Y conocía todas las variantes de las lenguas de África

Me entendía con los ancianos de la Índia

O con los indígenas del Perú

Captaba el significado del lenguaje de las ballenas

Me comunicaba con los cactus

 

He dado un cruel paso atrás

Ahora he perdido incluso mi idioma

Ni siquiera sé hablar

Solo hablo a gritos

A golpes de piedra

A patadas

Mi boca solo articula onomatopeyas

Expresiones ininteligibles

Soy un primitivo

 

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Imaginaos

Que no tengo orígenes

Imaginaos que no tengo pasado

Reconstruidme todo de nuevo

Imaginadme todo de nuevo

Imaginad que todo lo que hice

No era lo que yo hacía

 

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Llegará un momento en que todo desaparecerá

La tierra quedará sin personas,

Sin casas,

Sin naturaleza

Todo quedará absolutamente vacío

Mientras

Me consumo en mi risa

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Tomar como tema de investigación científica

El fuego de mis fracasos

Riéndome de ellos a carcajadas

En vez de ubicarlos en el fuego del infierno

Ubicarlos en la luz de la risa

 

PRÓLOGO

 0.

Hace unos días mi amigo malageño Eduardo Retamero leyó por encima algunos de los poemas de este libro y quedó cabizbajo: “Qué cosa más oscura, este no es el Sàgar que yo conozco…”

1.

Este es un libro de restos. De deshechos literarios. Fragmentos dispersos que nunca fueron concebidos para formar parte de un todo. Anotaciones pasajeras, sin estructura ni cierre, que han sido dejadas tal cual. Brevísimas frases inacabadas. Largos textos, larguísimos, de escritura automática, con finalidad terapéutica, que nunca fueron hechos para publicarse. Estructuras profundas de cambio personal, nuevos paradigmas vitales escritos en papeles reciclados, páginas en blanco de libros de segunda mano, libretas donde alternan los listados de la compra con las frases de conmoción personal. Bajo el miedo. La ansiedad. El tedio. Los latidos de explosión de vitalidad sin medida. Bajo el sentir que uno no abarca la grandeza de la vida.

E incluso cartas enviadas a monasterios míticos. Leídas por monjes bajo las cúpulas en las que se vive circularmente la vida de la liturgia de las horas, la existencia de la fragmentaria conmoción vital y la vida de la espiritualidad en espiral.

Trozos de textos entre 1985 y 1995, rescatados en un trabajo de arqueología biográfica para recoger la historia de una “epifanía”: un cambio vital repentino de paradigmas vitales, después de un largo y silencioso proceso de fermentación. Fragmentos reordenados en un todo, en un texto final interconectado como una maquinaria única. Una maquinaria donde cada pieza tiene su vida. Una maquinaria que funciona como un todo.

El paso del dolor a la risa.

 

2.

Treinta años después uno es consciente de los centros de gravedad creativa de su vida.

En el año 1985 y los siguientes, o sea desde finales de bachillerato, hubo una imparable germinación cultural. Años en los que todo llega a la vez, sin saber tu capacidad de digerir las novedades. Años de definitivo poso en las orientaciones futuras, en aquellos movimientos y autores que quedaran fijados definitivamente como puntos de referencia.

Años en los que el peso del profesorado es definitivo. Rosa Llupart, de “literatura española” en COU, es la responsable directa de gran parte de mis orientaciones culturales que persisten aúnen los pulsos vitales de este libro. Su elegancia magnética, con un ligero halo de misterio y a la vez su cercanía, trasmitía definitivamente la profundidad de autores como Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Jorge Guillén o Dámaso Alonso. Justamente en este libro está Dámaso Alonso, que ella leía en respetuosa lentitud:

“Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.”

Más allá de la intensidad vital de la poesía española, Rosa Maria Llupart me abrió las puertas a algunos de los movimientos de convulsión total de la cultura: el dadaísmo y su radical anti-cultura, y lo que se ha llamado la literatura del absurdo, muy en especial de Samuel Beckett. Las posibilidades culturales de la anti-cultura y las posibilidades poéticas de la anti-poesía, tienen su peso definitivo en este libro.

El absurdo era uno de los principales motivantes creativos en aquellos momentos. Unos momentos en los que cuestionaba todos los paradigmas culturales que me llegaban desde paradigmas anti-artísticos y desde la estrategia del absurdo. Gracias a otra gran referencia de mi vida, el profesor de filosofía Clemente García, próximo, cariñoso y provocador, un genio que no dejaba a nadie indiferente. Con él realizamos “diálogos para besugos” abierto a todo el alumnado que quisiera participar en el Instituto de Bachillerato Alexandre Satorras.  Nos dedicábamos a escandalizar a las fuerzas conservadoras postfranquistas que aún campaban a sus anchas entre algunos profesores y profesoras de filosofía y de religión, y que convivían con profesores transgresores e incluso con firmes defensores antifranquistas y catalanistas de los que no te dejan indiferente, como mi admirado Llorenç Soldevila (admirado por tantas y tantas personas).

Bajo este influjo (y en un momento en que muchos jóvenes estábamos decididamente trastocados por las primeras obras del grupo teatral La Fura dels Baus, de Albert Vidal o de Joan Minguell), escribí mi primera obra de teatro: “De Pirulí de la Habana a Tintinibilín”. Inspiradamente dadaísta, declaradamente anti-teatro, voluntariamente anti-arte, algo que sería el trasfondo de mis preocupaciones culturales desde entonces (y hasta ahora). La representamos con un grupo de alumnas y de alumnos con la improvisada compañía que llamamos “Tontus Tuus”. Destrozábamos diálogos de amor, echábamos a gente del público, leíamos poemas de Tristan Tzara donde la palabra aúlla se repetía 216 veces, hacíamos el amor a una guitarra…

Mención aparte tiene el impacto del citado Samuel Beckett, una huella continuada a lo largo de los años. Lo conocí como “teatro del absurdo”, pero su obra es de todo menos clasificable. Toda su creación (teatro, prosa, poesía, radio) es origen, causa y final de todos y cada uno de los versos, el impulso creativo, la ilimitada experimentación creativa… el pasado, el presente y el futuro de mi pensamiento y mi literatura.

sueño

sin fin

ni tregua

en nada

(Mirlontonnades 1976-1978)

Todo, absolutamente todo el poso cultural de este libro de poesías y textos dispersos había fermentado estos momentos. Y en los años posteriores iba floreciendo.

3.

La microhistoria cultural, la de proximidad, a veces, deja más huella que los grandes nombres.

Con las amistades culturales hay interacción, intercomunicación, mientras que las grandes influencias van en una sola dirección, de ellas a ti. Los debates e intercambios con aquellas personas que construyen contigo su personalidad cultural, están dentro de cada frase que uno construye o de cada pensamiento que evoluciona en la cabeza de uno. Como pequeñas piezas de un puzle encajadas en tu poemario personal está la deuda eterna de los amigos y amigas culturales. Muchas de estas personas son un privilegio que ha estado tu vida, un regalo inestimable.

Tomé prestada una parte del cínico y negro humor de David Carretero, con su catártica personalidad. Le robé parte del estilo de sus expresionistas poemas que recogían el eco de Lautreamont. Un poeta temporal e incisivo…

Con mi barba ilustre

Frotaré la piel del leproso

No entiendo nada de lo que ocurre

No entiendo nada

No entiendo

No

Y los jóvenes los seguirán

Ilusos creyéndose pícaros

Ilusas creyéndose pícaras

Y el leproso no dejará más

Que carne en la almohada

Me influyó también la maquinaria trascendental de la poesía de Marc Lluch. Su libro La fal·laç simetría, publicado en 1990, ha sido su única obra. Y no hacía falta más. Densa e intensa, deja poco por decir, quizás como las obras de Juan Rulfo. Hay quien dice que de joven ya había publicado su libro póstumo. La agonía existencial se esconde entre las arrugas de sus metálicas palabras. Nunca pude robarle nada de su genialidad, era un inasumible reto. Marc era un creador a quien adorar. Y sus versos en catalán, imposibles de traducir.

 

Philishave en mà, acciona:

l’aguda fredor de la màquina,

vibràtil de metall, rasura,

a incomptables vats, rogallosa.

Quasi imperceptible, la faç,

l’ombra segura de l’acer

i l’agònic gest del crani.

Tomé como segundo maestro (igual que lo había sido Rosa Llupart) a Domènec, un artista plástico de extrema vitalidad, crítica y pesimista, en quien el dolor está al servicio de una concepción política de la sociedad y las personas. En Domènec no hay dolor destructivo ni catarsis sin regeneración. No fue exactamente su materialización artística, sino su actitud humana y su integración creativa, de un fuerte componente político, la que influyó en mi concepción del dolor, en mi concepción de la risa. Mi concepción de la vitalidad del dolor, del dolor como vitalidad.

Una vez, irreverentemente, publicamos un homenaje a la tortura y muerte de dos sagradas instituciones de nuestra ciudad, Mataró: Les Santes (Semproniana y Juliana, cuyas reliquias yacen en una oscura capilla de una iglesia barroca). Se nos encargó el suplemento central de una revista local, y escribimos un texto supuestamente “de historiador” en el que recreábamos la siniestra narración de su tortura. En él se mezclaban documentos reales con inventados (textos, por lo demás, que algún un lector pidió a la revista donde encontrar la bibliografía de apoyo).

“… hemos estado condenadas al martirio de la degollación yo, Juliana y Semproniana. Por esto os ruego que una vez muertas toméis nuestras cabezas y las mostréis a los fieles para que beban su sangre y tomen ejemplo…” (Mataró Escrit, agosto 1988)

Un segundo artista plástico, Eduard Comabella, era adorado tanto por mí como por Domènec. Comabella ha sido una convulsión en nuestra vida, tanto por su magnética personalidad, como por su transcendente obra. Y, sobre todo, por el final de su vida. Poco antes de su suicidio ante la playa de Mataró, quemando su cuerpo con alcohol, y en un antiguo restaurante de madera que días antes se había incendiado, me comentó ante uno de sus cuadros (cito de mi memoria): “Hay momentos que son esenciales en nuestra vida, pero que no los experimentamos en nuestra piel, de manera que no los vivimos físicamente. Esto pasa con la muerte, porque evitamos sentir físicamente cómo morimos. Nos morimos sin darnos cuenta.”

 Comabella convertía en un ritual sagrado la manera de vivir en su entorno: sagrada su casa, sagrados sus objetos, sagrados sus instrumentos de pintar, sagrada la playa y sagrado el líquido con el que incineró su propio cuerpo. El ritual de su muerte fue su última performance. Su última obra. En un artista en el que el arte no se distinguía de la vida. En sus últimas obras, Comabella reseguía sobre grandes papeles y con un grafito el perfil de su cuerpo en forma de crucificado, en su exposición póstuma en una galería de arte de la ciudad. Años antes, en una performance en la playa, se había expuesto a si mismo tirado en una cama, como la conocida habitación de Van Gogh, en lo que llamaba: “Estudio de un pintor muerto.”

Algunos de estos amigos que estoy contando son tan personales que no tienen clasificación posible. Uno de ellos fue Rafa Ruiz, con quien compartí horas y horas de debates para la redacción de la revista “L’Or i la Ciutat” o “In Contione”, unas charlas en las que toda la cultura se ponía patas arriba con el humor y el absurdo como sentido de desdramatización de la filosofía. Para mí las horas de discusión con Rafa para elaborar esta revista han sido uno de los mayores privilegios que he tenido en mi vida.

Que calle tan larga y recta,

toda de asfalto gris claro gastado,

qué edificios tan altos y siniestros,

cuánta gente por ahí, cuántos coches

( “La calle” letra para el grupo de música “La Suerte Pezmáquina”)

4.

La experiencia espiritual era y ha sido un ruido de fondo silencioso e imperceptible, el telón de fondo de casi todas las frases que componen este libro.

Lejana en el tiempo está una experiencia infantil de sanación del dolor. De ese dolor que provenía, sobre todo, de la escuela. De un profesorado que tenía carta blanca para el maltrato. Algunos, los menos “hombres” (según los cánones de masculinidad de la ponzoña ideológica franquista) hacíamos cola ante un profe franquista que nos decía “quítate las gafas”, y nos marcaba la cara. Los belenes de Navidad fueron la curación de ese dolor; mi particular e intensa vivencia de lo sagrado en la contemplación de esas cuevas levemente iluminadas con figuras transfiguradas. Mi cabeza, aún infantil (feliz en el ámbito familiar, devastada en el ámbito escolar) entraba en la hipnosis de lo sagrado. Un recuerdo místico, quizás intensificado por el tiempo…

Esa sensación de que lo sagrado se mete en la piel de todo lo que te rodea entró con fuerza en mi juventud con las enigmáticas películas de Andrei Tarkovski. Más allá de su significado (siempre intenso) lo que importaba en ellas era la vivencia de espacios y objetos sagrados, y de secuencias y paisajes sonoros. Y también la experiencia del sacrificio en su versión cristiana (este concepto tan clavadamente cristiano) que era una manera de vivir esta naturaleza sagrada de todo. Sagrada era la casa que el protagonista quema al final de la película “Sacrificio” en un inacabable plano-secuencia.

Y sagrada era también esa enigmática zona abandonada, húmeda y tóxica en la que penetran los tres protagonistas de la película “Stalker”, una zona en la que se experimenta un tránsito hacia otro estado. Un tránsito que, en realidad, es el motivo central de este libro: el paso del dolor a la risa. Como dos estados espirituales. Cada estado con sus propios motivos sagrados, cada estado destruyendo unos motivos sagrados.

Sagrada también era la Edad Media, mi propia Edad Media, la que yo me construí, mucho más imaginada que real. Sagradas las hipnóticas melodías circulares de los cantos místicos del Ars Antiqua de Perotinus o del misticismo de Hildegard von Bingen. Sagradas algunas interpretaciones de cantos de trovadores de rugosa textura, como “Lanquand li jorn” de Jaufre Rudel interpretada por Clemencic Consort.

 
Iratz e gauzens m’en partrai

quan veirai cest’amor de loing,

mas non sai coras la·m veirai

car trop son nostras terras loing.

Assatz i a portz e camis!

E, per aisso, non sui devis…

Mas tot sia cum a Dieu platz!

 (Triste y alegre me separaré cuando vea este amor de lejos, pero no sé cuándo lo veré, pues nuestras tierras están demasiado lejos. ¡Hay demasiados puertos y caminos! Y, por esta razón, no soy adivino… ¡Pero todo sea como Dios quiera!)

La experiencia espiritual, que vivía en los belenes de mi infancia, era la misma de los cantos religiosos que mis ojos sacralizaban las paredes de las catedrales románicas y góticas, o en la luz transfigurada filtrada por las vidrieras. Esta experiencia de lo sagrado me llevó a otro de mis grandes referentes espirituales, el monaquismo císter. La hipnótica y circular vida de la liturgia de las horas, que marca la vida diaria de los monjes, tal y como la describía mi admirado historiador medievalista Georges Duby: “Este oficio era un coro. Siete veces al día, desde las primeras luces del alba, hasta la caída de las tinieblas, y una vez en medio de la noche, la comunidad se reunía en el oratorio para una oración que no era ni individual ni secreta, sino proferida a plena voz, por una misma voz, por el grupo que así se fundía en total unidad.”

En el monasterio de Santa María de Poblet, en la última oración del día, las completas, bajo el peso de las grandes bóvedas proyectando oscuridad, decenas de monjes en fila a lado y lado de la nave y cara a la bóveda de la nave, recitando salmos de cadencia monótona y desesperanzada, como el creyente atrapado y sin salida.

Inclina tu oído a mi clamor.

Porque mi alma está hastiada de males,
Y mi vida cercana al Seol.

Soy contado entre los que descienden al sepulcro;
Soy como hombre sin fuerza,

Abandonado entre los muertos,
Como los pasados a espada que yacen en el sepulcro,
De quienes no te acuerdas ya,
Y que fueron arrebatados de tu mano.

Me has puesto en el hoyo profundo,
En tinieblas, en lugares profundos.

Sobre mí reposa tu ira,
Y me has afligido con todas tus ondas. 
Selah

Has alejado de mí mis conocidos;
Me has puesto por abominación a ellos;
Encerrado estoy, y no puedo salir.

Mis ojos enfermaron a causa de mi aflicción
(Salmo 88)

En Poblet he convivido días y días en la vida de los monjes en la liturgia de las horas. Y concretamente he conocido uno de mis grandes referentes vitales, el monje Paco Martínez Soria (quien, curiosamente, en mi infancia había sido maestro en la misma escuela donde los miserables maestros franquistas nos daban palizas, y quien me defendió personalmente de uno de los más miserables de todos). Con él llevo casi 30 años intercambiando correspondencia vital y espiritual y estancias periódicas de convivencia con la vida de los monjes.

“Tienes vitalidad espiritual, piensas y deduces bellos errores, verdades sublimes, contradicciones llamativas, juegos de palabras llenos de vacíos. Quiero decir que para tí escribir es ponerte en marcha para filosofar con una dosis de sinceridad envuelta con el papel de una espectacularidad y creatividad de galería. Te gusta ser captado, como quisieras ser. Lo que pasa es que no se si eres este que pareces ser. Normalmente todos vivimos un carnaval, y me parece que tu disfrutas cambiando de vestidos y máscaras.” (Poblet, 24 de febrero de 1992)

Mi ciclo de desarrollo espiritual, y su impacto en mi creatividad, también tuvo en la monja carmelita Germana Carmel del convento de Mataró otra gran influencia. Curiosamente ella es creadora de figuras de belén que crea en barro y a mano bajo estado de tránsito e inspirada por música sufí de flauta ney.  Me comentaba sobre su actividad artística: “Yo creo figuras escuchando música, que me abre canales interiores para modelar. Me gusta la música sufí tocada con flauta turca: un tubo hueco que según como dejes pasar el aire suena de una manera o de otra. Para mí es un vacío que hace una resonancia interna con la que me encuentro identificada. Así es la oración: vaciarse, hacer silencio y atención en el interior. Y esperar.”

Con ella preparamos una de las misas de réquiem más intensas que he vivido, la de mi padre, a quien acompañaron (y fueron de terapia para mi madre) ella y todas las monjas del convento en su largo proceso de tránsito hacia la muerte a causa de un cáncer. Ella tocó la cítara y cerraron la misa con el navideño “Cant de la sibil·la” en la versión de María del Mar Bonet.

 

5.

Sin sentido espiritual no hay epifanía. La epifanía, que en este libro es el tránsito entre el dolor y la risa. Las dos partes del libro.

Epifanía, en el sentido de James Joyce (ese cambio súbito de todo el sentido de la vida y el destino vital causado por algo casi insignificante), es un término que conozco muy recientemente. Las únicas epifanías que conocía eran las de Buda siendo revelado súbitamente debajo de un árbol, o Jesús a lo largo de 40 días en un desierto de Palestina. Y es, en cambio, una definición muy precisa del tránsito vital que inspira este libro. El paso del dolor a la risa. Es lo que da sentido a los residuos literarios que componen la segunda parte, la Risa.

Intelectualmente este paso viene inspirado por otro de mis grandes maestros vitales, el inclasificable artista mutidisciplinar de Mataró Dani Montlleó (en cuyas obras se cruzan sin distinción pintura, audiovisual, textos de para-investigación…). En una noche profundamente etílica lanzó una frase que produciría un efecto inmediato en mí: “Ya estoy cansado de decir no, a partir de ahora voy a decir un sí divertido.” Hay que decir que, en el caso de Dani, el sentido del humor y la ironía son mecanismos para cuestionar críticamente el mundo que le rodea, y en mí, su obra genera un vitalismo y un optimismo que quizás va más allá de sus intenciones.

 Cualquier epifanía, creo, no surge espontáneamente: germina en un terreno que ya estaba previamente abonado. Si Rosa Llupart ha sido en mi vida la sabiduría, Sílvia Pérez ha sido la conmoción. Por su extremada vitalidad, por su sentido de la vida como viaje, por su inquieta actitud de descubrimiento.

Una noche, escuchábamos la banda sonora de Corazonada de Tom Waits, esa intensa banda sonora de letras:

 

Broken bicycles, old busted chains

With rustedhandle bars out in the rain.

Somebody must have an orphanage for

All these things that nobody wants any more

September’s reminding July

It’s time to be saying good-bye

Summer is gone, Our love will remain

Like old broken bicycles out in the rain

Broken bicycles, don’t tell my folks

There’s all those playing cards pinned to the spokes

Laid down like skeletons out on the lawn

The wheels won’t…

 

(Bicicletas rotas, cadenas viejas rotas, con manillares rotos bajo la lluvia. Alguien debería tener un orfanato para todas estas cosas que ya nadie quiere. El septiembre recuerda a julio, es hora de decir adiós. El verano se fue, nuestro amor permanecerá, como viejas bicicletas rotas bajo la lluvia. Bicicletas rotas, no le digas a mi gente. Están todos esos naipes clavados en los radios, acostados como esqueletos en el césped. Las ruedas no …)

Me regaló “En el camino” de Jack Kerouac, del que leímos la cita que guiaba su vida, y que guio mi epifanía, mi paso del dolor a la risa:

“La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ¡¡¡Ahh!!! .”

(En el camino, Jack Kerouac)

 Al día siguiente a esta noche yo emprendía un viaje a Bretaña y París con mi amigo Marc Ledesma (mi eterno amigo). Tuvo que conducir junto a una especie de holograma conmovido, que iba escribiendo y escribiendo la crónica irracional de su epifanía interior en cualquier papel que encontraba, en un proceso de escritura casi automática. Pueblos de piedra en paisajes de densos bosques pegados a costas salvajes, carreteras y carreteras, o los rincones más ocultos de la ciudad más turística de Europa, París. Los restos de los textos rescatados arqueológicamente en este viaje de conmoción, palabra a palabra, componen una gran parte de los textos de la segunda parte del libro, en especial el largo texto de escritura semiautomática “de día totalmente aturdido una sensación de vacío…”

En aquellos momentos cualquier resto literario me remitía a la epifanía, y al paso del dolor a la risa, como la frase de Pallazzeschi: “En vez de pararse en la oscuridad del dolor, atravesarla con ímpetu para entrar en la luz de la risa.”

También lo hacían los grandes libros de la literatura universal, como “Una temporada en el infierno” de Arthur Rimbaud. Todos y cada uno de sus poemas me llevaban al tránsito individual:

Creé todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. Intenté inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Hasta creí haber adquirido poderes sobrenaturales. ¡Pues bien! ¡Ahora debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¡Bella gloria de artista y de narrador desperdiciada!

¡Yo!, que me nombré mago o ángel, dispensado de toda moral, ¡ahora soy devuelto a la tierra, con un deber por buscar y la rugosa realidad por estrechar! 

 

6.

No siempre las influencias son directas, sino que están en el aire (un “polen de ideas” que están en el aire, según William Faulkner), y a veces ocurren a posteriori.  Uno bebe de ellas, aunque no sea directamente porque están en el clima del entorno.

Esto es lo que siento, por ejemplo, con Alejandra Pizarnik, a quién he descubierto recientemente y que de bien seguro, si la hubiera leído en la misma época que Lorca o Dámaso Alonso, me hubiera considerado su mal imitador:

 

hablará por espejos

hablará por oscuridad

por sombras

por nadie

(Los pequeños cantos)

 

También me siento completamente conectado con el espíritu poético de Enric Casasses, a quien conocía pero no había advertido, y a quien consideraría un autor contemporáneo totalmente próximo a mí un maestro al que no le di la oportunidad de serlo.

Havia ficat el nas a tots no, a molts llocs foscos, i tu m’hi esperaves a plena llum. I la llum canta

(El nus la flor)

Y para acabar mi absoluto respeto y proximidad por la poeta tortosina Zoraida Burgos con un sentido de la tierra (que yo no poseo) y de la severidad poética que para mí es un ejemplo a seguir.

El temps s’aprima.

El raig de sol cau, vertical,

i penetra la pedra.

Segons ? Anys ?

Es descompon el temps, es desintegra.

(Absolc el temps)

Sería interesante escribir una historia de la risa

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