Recuerdo, justo antes de cumplir los seis años que pedí a mis padres comenzar las clases de
ballet. El ballet siempre ha sido mi pasión. La danza fue el medio para expresar todo lo que
tenía dentro de mí. Esta parte de mi vida, que era completamente mía, siempre me ayudó a
alejarme de la realidad, lo que me completaba. Incluso hoy, 27 años después, y aunque la
anorexia me ha impedido hacerlo profesionalmente, cuando entro en la sala a bailar, todos los
problemas y malos pensamientos se quedan fuera, lo único que hago es escuchar la música,
me uno con ella y dejo todo lo que está bien escondido en mi alma salir.
El ballet es muy exigente, requiere mucha disciplina y dedicación. Por definición, tiene que ver
con la elegancia. Con el control absoluto, con las líneas. Es inevitable que no te enfrentes con
las características de tu cuerpo. Es inevitable que no te enfrentes con esas características de
tu cuerpo que no te gustan. Estás constantemente rodeado de espejos, realmente y
metafóricamente, pero tu cuerpo también es tu herramienta. Si no puedes hacer algo, el primer
culpable será tu cuerpo.
La presión es insoportable, repeticiones infinitas del mismo movimiento para alcanzar la
perfección. El cuerpo se cansa, los músculos están ardiendo. Interminables repeticiones para
lograr la línea correcta y más elegante. Recuerdo haber llorado muchas veces sobre cosas que
no pude hacer debido a la fisiología de mi cuerpo. Recuerdo llorar muchas veces por la
desesperación. Recuerdo haber culpado a mi cuerpo muchas veces.
Conocí a muchas profesoras, algunas de ellas dieron importancia a cómo se veía mi cuerpo, y
otras a lo que tenía en mi corazón. Estas últimas fueron las que me ayudaron conocerme mejor
y sobre todo disfrutar cada movimiento de mi baile. Conocí a muchas bailarinas. Las que
lograron emocionarme y mostrarme el lado humano del ballet fueron aquellas que no tenían el
cuerpo “perfecto”, fueron las que tuvieron más “dificultades”. Estas chicas a quienes algunas
profesoras les dirían que dejaran de bailar, pero estas chicas fueron las que más tuvieron para
dar. Las que tenían un mundo interior maravilloso. Eran las que eran sinceras, las que, todo lo
que hacían en sus vidas, lo hacían con amor.
Si, en el ballet buscamos la perfección y el control, igual como lo buscaba durante los años de
mi enfermedad. Si, me daba mucho miedo escribir sobre el ballet y enfrentarme con la cosa
que más amo en la vida pero que realmente comparta muchos puntos comunes con la cosa
que me hizo tanto daño. Pero lo que he entendido a través de esta aventura, es que en
nuestras vidas, no importa lo exitosamente que hacemos algo, lo que importa es hacer las
cosas que nos gustan con amor y dejarnos llevar por la música y la vida…