Érase una vez una chica que vivía en una sociedad donde las mujeres que cumplían unas medidas concretas se les aceptaba y alagaba. En cambio, aquellas que no seguían esos cánones de belleza se les culpabilizaba y obligaba mediante mensajes subliminales a llegar a cumplirlos.
Así, ella acepto esos mensajes que le decían que debía modificar su cuerpo para cumplir esa perfección impuesta. Empezó con dietas, deporte, tratamientos y un sinfín de medidas para conseguir la aceptación y los halagos de la gente. Nunca era suficiente.
Poco a poco los controles fueron más extremos y los sentimientos de culpabilidad y el vacío interior se apoderaron de ella. Su vida giraba en torno a llegar a ese ideal de perfección y le daba igual lo que costara. Perdió sus amistades, se encerró en casa y se obsesionó por ser como aquellas chicas de las revistas.
De pronto, un día se dio cuenta que no podía continuar así y que necesitaba ayuda. Ese vacío que intentaba llenar con la aceptación externa de la sociedad le provocaba más vacío aún. Poco a poco empezó a darse cuenta que la perfección que tanto anhelaba era inexistente. Que la sociedad le había impuesto una idea tan maquillada como el Photoshop que aplicaban a esas chicas de las revistas. ¿Pudiera ser una sociedad enferma la que le había transmitido esos ideales? Empezó a descubrir que sí.
Y al empezar a comprender, ella empezó a descubrir nuevos horizontes. Cuanto más miraba hacia su interior más luz empezaba a encontrar. ¡Y de golpe se enamoró! ¿De un apuesto príncipe? Para nada, se enamoró de su belleza única tanto interior como exterior. Porqué en el país de los cuerpos imperfectos no existe la perfección.
Y vivió por siempre jamás siendo fiel a ella misma manteniendo y alimentando su luz propia.
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