Pensaréis que estoy loca (si es que no lo pensabais ya) por la conclusión que vengo a compartir hoy, pero para que veáis la de progresos que estoy haciendo en eso de pasar olímpicamente del “qué dirán”, allá voy:
Creo que tenemos mucho que aprender de los caracoles. Sí, habéis leído bien, los caracoles. Esos animalillos con concha que van despacito, llenando todo de mocos a su paso. Que van a su ritmo sin importar que les adelanten, porque tienen la certeza de que van a llegar a su destino. Ni antes ni después que nadie, sino cuando ellos quieran. Y si se cansan, pues oye, hacen un alto en el camino y el resto, que arree. Es que menudo chollo la concha, ¿que no?
Bien es cierto que son lentos, pero también lo es que nunca se caen. Me atrevería a decir que los más audaces casi ni se tropiezan. ¿Habéis visto alguna vez caerse a un caracol? Pueden detenerse en cualquier parte, ¡se quedan anclados a la superficie! Lo mismo les da una pared de gotelé que la corteza de un árbol, el pavimento de un camino, el envés de una hoja… Me parece una capacidad asombrosa. Que sí, que tardan horas en cruzar al otro lado de la calle, mucho más que un perro o, por descontado, una liebre; pero que no cabe ninguna duda de que eventualmente lo harán, también.
En el mundo en que vivimos, donde cada vez tiene más valor tenerlo todo y tenerlo ya, sin demora, para poder hacer alarde de ello antes de que caiga en el olvido y sea sustituido por lo siguiente, su ejemplo me parece estupendo.
Quiero aprender a ser una chica caracol. He decidido que voy a dedicarme a construir mi propia concha, que cuidaré y disciplinaré a mi mente hasta que sea mi aliada más preciada y mi mejor herramienta. Y se convierta, progresivamente, en un refugio amable y a la vez en los pies que me permitan subir los muros más altos sin cansarme, sabedora de que cuando lo necesite podré descansar sin remordimiento. Quiero descubrir cuál es mi ritmo y no sentirme culpable porque haya otros que escojan otra ruta, quizá más rápida, pero que no es la mía.
Lo que quiero, en definitiva, es caminar con paso firme hacia adelante. Anclarme con la seguridad de los caracoles y confiar en que, por esta vez, no me voy a caer.
Clara.