El otro día me faltó valentía. O me sobró cautela, aún no lo sé muy bien.
Acudí a la biblioteca que frecuento, dispuesta a enfrascarme en una ardua sesión de estudio. A los pocos minutos de acomodarme en el asiento y esparcir por la mesa todos mis bártulos, me distrajo la presencia de una chica que tomó asiento justo delante de mí. Estaba delgada, delgadísima. Más de lo que yo he llegado a estar nunca, incluso (creo) cuando la anorexia me tuvo prisionera y, me atrevería a decir, más de lo que había visto nunca así, tan cerca. No pude evitar ver reflejada en ella mi experiencia: en efecto, lo primero que me vino a la cabeza fue que estaba enferma, muy enferma.
Mi actitud me pareció injusta, porque no la conocía en absoluto. “¿Quién te da derecho, Clara, a aventurar que esta chica tiene un TCA?” Nadie, claro está. Pero es conocida la tendencia al egocentrismo de que sufrimos los seres humanos, y no fui capaz de reprimir esa reacción. Mi cerebro desconectó de todo lo demás (ni que decir tiene, de los libros) y se entregó a la tarea de analizar cada uno de sus gestos, cualquier indicio en su comportamiento que me ayudase a verificar (o descartar, preferiblemente) la hipótesis que me había formado.
“Ha sacado una botella de agua y no ha bebido ni un trago en dos horas...”
Al cabo de un buen rato se levantó de su silla y salió, dejando los apuntes encima de la mesa. Mi primer impulso fue alcanzar un post-it del estuche y anotar en letras bien grandes las palabras “no te hagas esto, quiérete” u otras similares, pegar el papelito en sus hojas y marcharme apresuradamente a otra mesa (o directamente, a casa). Pensé en anotarle la dirección de este blog o el teléfono de ACAB, incluso mi número personal.
No hice ninguna de esas cosas, por si acaso. Por si acaso me equivocaba y la ofendía, por si acaso pensaba que qué imbécil quien hubiese escrito la figurada nota, “metiéndose en la vida de los demás”. Cuando salí de la biblioteca la chica todavía no había vuelto. Creo que efectivamente me equivoqué. Ahora, pensándolo en frío, me parece que ofrecer tu ayuda a alguien que crees que está pasando por un momento difícil nunca está de más, ¿no? Por mínima que hubiese sido la posibilidad de que estuviese en lo cierto, y de que mi conducta hubiese ayudado en algo a esa chica, habría valido la pena. Y de todos modos, el mensaje era inofensivo, agradable. No puedo dejar de pensar en lo fácil que resulta juzgar, criticar, quejarse… y, sin embargo, lo difícil que es a veces decidirse a compartir las cosas que parecen más evidentes.
Contra la anorexia y la bulimia no hay que tener piedad. La vergüenza o el miedo no pueden servir como excusa para no aprovechar cualquier oportunidad de enfrentarnos a ellas. Incluso cuando sólo se barajan como una posibilidad. Así que aprovecho esta plataforma para volver a decir bien alto (ya me entendéis): ERES FANTÁSTICA. Ni preciosa, ni bonita, ni encantadora. Fantástica, que lo engloba todo. Que nadie te diga lo contrario, y que tampoco deje de repetírtelo.
Clara