Hace casi dos años saqué mi historia a la luz. A la luz de Barcelona. Toda esta historia –la mía, mi pasado– era bien sabida por aquell@s que me rodearon en mi adolescencia, pero nunca quise que lo supieran las personas que entraban nuevas en mi vida después de aquello. Hace dos años quise hacer algo por los demás, y resultó que hice mucho más por mí misma. Entonces pensé en qué podía ayudar y a quién. Me dejé guiar por el instinto, por las ganas –quizá más necesidad que deseo– de involucrarme en algo que conocía bien. Levanté el teléfono y llamé a la Associació contra l’Anorexia i la Bulímia.
Hace casi catorce años aterricé en Barcelona con dos grandes maletas de color azul y mucha ilusión en los bolsillos. Fue el comienzo de una nueva etapa que aún hoy sigue siendo la más enriquecedora de todas. Entonces, por segunda vez en mi vida, empezaba de cero tras una enfermedad que me convirtió en alguien que no era durante años. La primera vez fue a los 21 años, justo después de superarla, superarme, de sacarme el primer grado en la escuela de la vida, tras mucho trabajo personal y mucha ayuda. Quise alejarme de la enfermedad, de la realidad conocida y de las personas que me identificaban con ella, y me fui lo más lejos que pude para construir una nueva versión de mí misma de la que sentirme orgullosa. Cuando lo logré, volví siendo otra, siendo yo.
La segunda vez no me estaba alejando, estaba eligiendo. Elegía una vida que deseaba desde hacía años y que, con la libertad y la fuerza que sentía, decidí convertir en realidad. Nunca dije que había sufrido anorexia nerviosa, a pesar de que una parte de mí era –sigue y seguirá siéndolo– fruto de haber pasado por ese callejón oscuro. Ni siquiera me planteé que estaba escondiendo un episodio vital de mi pasado, tan solo pretendía que no me condicionara a la hora de relacionarme con las nuevas personas que iba encontrando aquí. Ahora sospecho que estaba negándome a mí misma algo básico: reconocer de forma natural y humana que el haber atravesado y superado esta enfermedad también conformaba la persona que soy hoy. Y que no por ello soy menos ni más, solo soy yo.
Son varias las mujeres que habitan dentro de mí –como en cada persona– y salen a pasearse durante el día o la noche según el humor, el amor y el dolor, el clima, la compañía o las circunstancias. Y gracias a aceptar y acoger honestamente a todas ellas, he podido darle luz a esa sombra que vivía en mí y que estaba negando. Empezar a colaborar con la asociación y contar mi experiencia a través de estas líneas, me llevó a descubrir que mi nueva familia –mis amig@s, mis parejas, mis compañer@s de trabajo– también aceptan, aman y respetan a esa mujer que un día fue una adolescente enferma. Y es que, hasta que yo misma no la abracé con mis propias manos, no la comprendí con mi mente y no la quise con mi corazón, no le di la importancia que se merecía.
Te preguntarás cómo y por qué di el paso de alzar la voz y contar mi historia. Muy sencillo: porque no estaba sola. Somos muchas y muchos, más de l@s que piensas, más de l@s que debería, l@s que hemos estado en tu piel. Y aún están. Solo tienes que salir un ratito de ti y mirar a tu alrededor, verás que sí, que eres única, pero no la única. Que no estás sola. El resto, estamos esperando a que tú también cuentes tu historia. Que un día cercano, puedas contar cómo te convertiste en la persona que siempre quisiste ser, a pesar de –o gracias a– tu pasado.
Ainara