Una fecha que todos siempre deseamos, mi 18 cumpleaños. Pero debo decir que esos 18 años fueron los peores de mi vida en aquel momento, me hicieron una fiesta sorpresa con mis amistades, mi familia, y yo, ¿yo que hice? Estar toda la noche pensando cómo hacer para no comer para que me vieran bien cómo yo quería que me vieran y cómo yo no me veía a mí misma. Entrando barriga, sonriendo mientras mi cerebro iba a 100 revoluciones por minuto maquinando para no tener que probar ni un trozo de comida y menos aquel pastel que me encantaba pero no “debia” darme ese placer.
“Eso sí, había una fuga para poder respirar, ÉL; el que en aquel momento no fue posible, pero ahora puedo disfrutar y estoy contenta de poder compartir mi vida con él. “
Me sentía ahogada, sentía cómo el vestido me estaba oprimiendo y no podía respirar, me faltaba el aire, había entrado en una dinámica mortal para mi. Me regaló un collar que me apretaba, me había puesto otra manilla para que no pudiera escapar, ella me había conquistada cómo una serpiente envuelve a su presa antes de comérsela, así que eso es lo que hizo conmigo, haciendo que quisiera que me amasen así, ahogándome sin tener mi turno de palabra ni de nada, siendo así un ramo de flores sólo para mostrar y no poder disfrutar de su olor, sin tener derecho a pedir agua para no marchitarme. Y sin Yo saberlo, ese día fue el último que salí a mover aquel esqueleto.
En poco más de una semana me esperaba sufrir una infección muy grave en el riñón, que mi cuerpo pidiera ayuda a grito porque no podía aguantar más que no lo cuidara ni mimara cómo se merecía. Así que mis 18 años empezaron intensos, hasta que por fin conseguí por un instante deshacerme de aquel peso muerto que me arrastraba a las profundidades para acabar ahogándome en mi propia persona. Ese instante los médicos lo vieron y fueron a atacar aquel contrapeso, vino ese hombre que yo le pongo el mote de ángel para hablar conmigo. Yo, entre mentiras y a escondidas de aquel peso, débil y con miedo a morir, con miedo a ahogarme en aquella marea me eché a llorar dónde él con la mano en mi hombro consiguió que le dijera qué peso más grande tenía dentro de mi, qué lucha interna y constante había entre aquella fuerza contraria a mi bienestar.
Minutos después de aquella despedida sabía que aquel fue su último baile, a partir de entonces todos sabían dónde estaba y harían lo posible para que saliera y yo pudiera ir a mejor. Queriendo decir que venía una lucha dura, larga, con muchos lloros pero también con muchas más puestas de sol por vivir y apreciar que no hubiera VIVIDO si no hubiera dicho dónde estaba.
Así fue, su último baile dominándome, porque a partir de aquel día no tenía posibilidades de bailar, lo intentaba pero todos estábamos a la espectativa para atacar, para hacerme más fuerte y poder contraatacar cuando ella quisiera arrancar mi vida, conociéndome cada día un poco más y mejor, haciéndome así más valiente. Aprendiendo a quererme cómo soy con mis virtudes y mis defectos, aceptándome y creciendo sanamente
Melodi Agustí