Con la anorexia, durante años viví con la ilusión de tener control sobre lo que comía y sobre las elecciones que hacía en mi vida. A veces, a lo mejor, me sentía superior al resto del mundo porque podía controlar tan bien mis propios deseos… La anorexia, quizás es más insidiosa y más peligrosa que la bulimia porque ni siquiera puedes darte cuenta del daño que te haces a ti misma.
La bulimia comenzó en un momento de mi vida en el que tuve que tomar una decisión importante para mi futuro, pero que no fue mi elección. Desde aquel día y durante los próximos cinco años, la bulimia se convirtió en el monstruo más grande de mi vida, mi mayor pesadilla, lo que más odiaba de mí misma.
Me detesté a mí misma. La bulimia es algo de lo que no puedes hablar fácilmente con alguien, sientes que estás perdiendo el control, y esto te hace sentir avergonzado. Sientes que la bulimia es la que controla la rueda de tu vida.
Antes de cada episodio de bulimia me sentía ansiosa, sabía que no me podría tranquilizar si no lo hacía. Recuerdo muchas noches, después de cada episodio, estar sentada en mi habitación llorando de vergüenza por no haber podido resistir y porque una vez más, la bestia había ganado. Durante muchos años, esta bestia se había convertido en mi obsesión, durante muchos años todo lo que pensaba era en matar a esa bestia. Pensaba que no había redención, no podía pensar que llegaría el día en que ya no necesitaría vomitar.
Cuanto más pensaba que no debería hacerlo, más ansiosa me ponía y más episodios sufría. Día tras día, estas crisis comenzaron a advertirme: muchas veces tenía el objetivo de quedarme sola en casa para poder comer todo lo que encontrara y luego encerrarme en el lavabo.
Los episodios comenzaron a desvanecerse cuando acepté al monstruo en mi vida y dejé de luchar contra él. Recuerdo haber salido con amigos y pensar qué comería en cuanto estuviera en casa. Poco a poco, comencé a pasar más tiempo con amigos: cuanto más posponía lo que “tenía que hacer”, menos deseaba hacerlo. Poco a poco empecé a quedarme en las casas de mis amigas por la noche y a tener una vida social como los demás…
Tal vez finalmente lo que mató al monstruo no fue mi odio hacia él ni la vergüenza hacia mí, sino que lo que provocó el desinterés por esta necesidad fue su aceptación como parte de mi vida…
Marilena.