Como lo habéis leído: así titulaba una revista de moda su entrevista con una conocida modelo hace unas semanas. Sin interrogantes, ni comillas (las del título son mías), ni nada, no vaya a ser que a alguna lectora le dé por cuestionarse la rotundidad de semejante afirmación.
Sigue el periodista con la habitual retahíla de pseudoméritos de la susodicha: sorprendente recuperación tras el embarazo, medidas de infarto a pesar de sus treinta y no sé cuántos años (como si fueran tantos)… Y le pide, por supuesto, que sea amable y dé sentido a nuestras vidas, compartiendo los sagrados consejos que le permiten mantener a su lado al empresario más guapo y millonario de todos los tiempos, encabezar innumerables desfiles de ropa interior de lujo y criar a tiempo completo (ja, ja) a un bebé de (pocos) años que no le ha dejado ni una estría; todo a la vez.
En fin, tonterías.
Pero de las que duelen, que son las peores. De las que se llaman así porque son dichas por tontos y faltos de criterio, no porque carezcan de trascendencia.
Y ya que la revista en cuestión ha caído en manos de alguien que ha sido, es y presumiblemente seguirá siendo (en la menor medida posible, eso sí) víctima de ésta y otras tonterías semejantes, me voy a permitir contradecir eso de que “la perfección existe”. Tengo pruebas de primera mano.
Me he esforzado mucho por alcanzar la “perfección”. Me he exigido hasta el absurdo, he dudado, llorado, me he criticado hasta llegar a pensar que no valía nada, he hecho daño continuamente a los que se encontraban a mi alrededor… para nada. Me he matado de hambre, me he privado de vivir, ¿para qué? Para nada, para acariciar un espejismo y darme de bruces con mi mayor fraude una y otra vez. Así yo y muchas otras, y aún no tengo constancia de nadie que haya alcanzado la dichosa “perfección”. Récord de búsquedas infructuosas.
Y diréis, pues cómo se ha puesto por una “tontería”. Efectivamente. Es que no es una tontería.
Clara.