Debes ser sensual, pero nunca vulgar.
Coqueta, sin caer en la banalidad. Misteriosa, no huraña.
¿Accesible? Claro, pero no fácil.
Solícita, sí, por supuesto, e independiente.
Sincera y educada, femenina sin ser cursi, aventurera y hogareña. Apropiada.
Deportista, culta, sociable, extrovertida… aunque cuantos menos amigos chicos, mejor. Atenta, no asfixiante. Atrevida, sin llegar a ser excéntrica…
Preciosa, dulce, de rasgos delicados y a la vez fieros, sensuales. De figura esbelta y curvas pronunciadas, de piernas largas y cabello sedoso. Eso sí, lo más natural posible, a nadie le gusta lo plástico. Sexual, siempre dispuesta, pero sólo conmigo. Delgada. Delgada. Delgada. Delgada. Delgada.
Bella. Bella. Bella.
Lo que estoy es atrapada entre tanta exigencia. Tambaleándome constantemente en la cuerda floja. ¿Soy lo suficientemente delgada? Parece que ahora ya sí… pero ¿dónde están mis curvas? No voy a poder ponerme un buen escote… La verdad es que no me apetece ni salir a la calle, qué vergüenza. A este paso, jamás voy a conseguir que [introducir nombre] se fije en mí. Cómo se va a fijar en mí, si es que nada me queda bien. Debería ir al gimnasio un rato, hace semanas que no hago deporte. Así podría hablar de algo mañana, socializar en el almuerzo en la oficina. Ya sé, me pondré el vestido azul, ése que me regaló mamá y dice que me queda tan bien. No sé yo. ¿Estoy lo suficientemente delgada para él? Además, es un poco provocativo… No quiero que piensen que soy una buscona, o algo.
Delgada. Delgada. Bella. Bella. Delgada. Perfecta. Perfecta. Perfectamente bella.
Y así enfilo la calle. Con un vestido con el que no me siento cómoda, que ni siquiera me he puesto para mí. Convencida de que el relleno que he espachurrado dentro del sujetador me hará ganar dos o tres minutitos más de conversación en la cola del café, y me conseguirá alguna mirada que más que cosquillas me producirá rabia. De que tengo que esforzarme más y dejar de quejarme, pasar a la acción. Y a la vez, preocupada porque ese mismo vestido me aprieta mucho a la altura de la cintura. Demasiado. ¿O demasiado poco? Quizá ambas cosas a la vez. A veces parece que, haga lo que haga, dejo algo sin hacer.
Y, sumida en este runrún, no me doy cuenta de que me falta el accesorio más importante, uno que no venden en ninguna tienda y que no puede faltar. Una sonrisa, toda para mí.
Clara.