LOS CRÍMENES CONTRA EL PUEBLO HAZARA: LOS MUSULMANES CHIITAS EL CORAZÓN AFGANISTÁN

La etnomusicóloga británica Veronica Doubleday escribió “Tres mujeres de Herat”, uno de los legados más completos y literariamente ricos que tenemos sobre la música y la vida cotidiana de las mujeres en Afganistán, donde vivió en los años 70, antes de su devastación a causa de más de treinta años de guerras intestinas y parasitarias. Cuando describe al músico Latif Khan, el padre de una de las protagonistas, comenta: “en el pasado hubo desarmonías sectarias en la ciudad de Herat, muchos suníes aún mantenían prejuicios sobre los chiitas, y los rechazaban abiertamente. Como músico y como chiita, la posición de Latif Khan en la comunidad era doblemente vulnerable. Los prejuicios contra la música persistían: algunos mulás decían que la música era el trabajo del demonio y que distraía a la gente de rezar y de vivir correctamente.”

Afganistán limita al oeste con una zona predominantemente chiita de cultura persa: el actual Irán. Pero a la vez es un país multicultural donde viven pueblos suníes como el pastún (también presente en la actual Pakistán) y otros como los uzbekos, los tayikos, los turkmenos, o los aimaqs. Los hazara, ubicados en el corazón de Afganistán, en la zona de Hazarajat, son fácilmente reconocibles por su fisonomía mongoloide ya que, a pesar de su naturaleza mixta como otros pueblos afganos, tienen vinculación con los pueblos de Mongolia. Los estudios genéticos incluso confirman un mito, y es que podrían provenir de las tropas de Genghis Khan; de hecho, los nombres de algunas de sus tribus vienen de nombres de sus militares.

Los hazara son los chiitas de Afganistán, una de las ramas del Islam surgida de los musulmanes que creían que sólo Ali Ibn Abi Talib (primo del profeta Mahoma y casado con su hija Fátima) y sus descendientes podían ser dirigentes de la comunidad de fieles. La rivalidad entre chiitas y sunitas ha sido una constante en los conflictos de naturaleza religiosa en Oriente Próximo. Esta tensa relación también ha existido en Afganistán, fomentada muy especialmente por los talibanes a finales de los años 90, pastunes radicalmente defensores de la naturaleza suní del Islam que consideran el chiismo como una traición. Como ejemplo de la importancia de esta rivalidad, recientemente ha crecido entre las prácticas de los hazaras una celebración religiosa chií que hasta el momento tenía poco peso entre ellos, la del martirio del imán Hussain (una celebración que en otros países es muy importante) que se le da una significación politizada recordando las masacres que los talibanes cometieron contra ellos.

De hecho, los abusos y las masacres de los talibanes contra los hazaras están documentados por la ONG Human Rights Watch, en especial en un informe del 2001 que documenta el caso de Yakaolang y en Robatak, en la zona central de Hazarajat. HRW menciona: “Las minorías étnicas y religiosas y los hazaras en particular, han sido especialmente vulnerables en zonas de conflicto, y las fuerzas talibanes han cometido abusos a gran escala contra civiles hazara con impunidad.

En el año 2002, justo después de la caída de los talibanes, visité el país de la mano de una mujer hazara que después se convirtió en una figura política relevante, Habiba Sarabi (después gobernadora de la provincia de Bamyan). Conocedora de algunos de los capítulos más aterradores de la historia reciente del país visitamos un campo de desplazados internos hazaras en Kabul que provenían de una región cercana, el Valle de Shomali. La escena era dantesca, de escombros sobre los escombros. La gente habitaba edificios destruidos que habían sido atacados en la devastadora guerra entre facciones de señores de la guerra antes del dominio de los talibanes, y que había sido una antigua colonia de rusos en el periodo de dominación soviética. La sensación aniquiladora de los escombros era el escenario de la devastación de personas humanas viviendo de los restos de basura en una ciudad destruida como Kabul y sin recursos para alimentar a sus parias.

Las mujeres de la comunidad, rodeadas del humo de un horno improvisado de pan, el único alimento que hacía semanas que se llevaban en el vientre, me explicaban: “En estos edificios destruidos vivían las familias rusas antes de que los muyahidines (los señores de la guerra), los expulsaran en atacar Kabul. Nosotros somos desplazados de la región de Shomali. Llegamos aquí cuando los talibanes ocuparon nuestra región, deportaron toda la gente y nos llevaron directamente a estos edificios destrozados. Ya hace tres años que estamos aquí, ya han caído los talibanes, pero nadie aún se ha hecho cargo de nosotros. Hay algunas organizaciones internacionales que han venido aquí para distribuir formularios de ayuda humanitaria, pero nosotros los extraviamos, y nuestros nombres quedaron sin ser apuntados en sus listas. Nos hemos quedado sin racionamiento y ahora nos han abandonado, no nos hacen ningún caso, estamos aquí sin ningún tipo de atención. Muchas somos viudas que vivimos con nuestros nietos mientras las hijas mendigan por las calles.

Otras familias fueron a otras zonas, como el barrio de Khai Khona: “Cuando los talibanes tomaron nuestro pueblo en el Valle de Shomali nos forzaron a salir. Nos llevaron con un camión hasta Jalalabad, y de allí nos querían llevar a los edificios bombardeados de la antigua embajada rusa. Pero nos escapamos, y de Jalalabad vinimos aquí a Khai Khona, en Kabul. Cuando los talibanes aparecieron en nuestro pueblo nos cerramos en nuestras casas gritando: ¡no queremos dejar nuestras casas! Ellos nos dijeron que sólo las dejaríamos por tres días, y que después nos dejarían volver. Ahora ya llevamos tres años, y estamos aquí en Kabul sin casa y sin pueblo.

Aún más duros son los testigos de los ataques cometidos en 1998 en la zona de Mazar-e-Sharif donde se cuentan unos 8.000 civiles asesinados. Los ataques contra los hazaras eran un objetivo declarado por los talibanes. Un grupo de mujeres víctimas del pueblo de Qezl Abad me contaba su experiencia personal de la masacre: “A muchos hombres los llevaron a la plaza donde los mataron, mientras que a otros los mataban cuando los encontraban por la calle. Recuerdo a uno que lo mataron por la calle cuando iba con su hijo: estaba de pie y le golpearon fuertemente la cabeza hasta decapitarlo. Incluso un niño pequeño les preguntó por su hermano y por sus padres, y le dijeron que estaban allí tirados por el suelo. Los habían matado a todos. Después, se llevaban todos los muertos, los cuerpos, y los enterraban todos juntos en una fosa común. Los arrancaron la piel, los desfiguraron, pero los reconocimos por la ropa, por su altura… una madre siempre sabe reconocer el cuerpo de su hijo.”

Finalmente cabe mencionar los abusos contra los hazaras cometidos durante el destructivo asedio en Kabul entre abril de 1992 y marzo de 1993, antes de los talibanes. Si bien ninguna facción ni grupo étnico se libra de la responsabilidad de las atrocidades cometidas durante este período (por ejemplo, el partido chiita Harakat-e Islami también es responsable de numerosos crímenes), los testigos de los barrios de hazaras son especialmente impresionantes. Y el problema actualmente, y que afecta a la totalidad de víctimas afganas sin distinción de religión ni grupo étnico, es que los criminales forman parte de las estructuras del poder en el país con absoluta impunidad con un descuido total de transición en términos de justicia.

A nosotros nos atacaron los pastunes… Yo lo he visto con mis propios ojos, que si una mujer llevaba un anillo le cortaban los dedos para robárselo. También los cortaban los pechos y las mutilaban. Y las violaban. Degollaron un bebé de seis meses y lo colgaron en la entrada del pueblo. A mí me mataron todos mis hijos pequeños. ¿Qué más nos podían hacer? Han hecho un daño irreparable pero ahora nadie escucha nuestro dolor.

Nosotros siempre nos preguntaremos: ¿por qué todo esto? Mis tres hijos asesinados: ¿qué crimen han cometido mis hijos? Ni siquiera han llegado a ser adultos, sólo eran niños… ¡ni los niños se libraban! ¿Dónde están nuestros líderes para hablar de justicia? Es nuestro enemigo el que se ha beneficiado de la justicia: ¿por qué les perdonan nuestra sangre derramada?

Publicado en Dialogal, 2013.

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